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Surrealismo

Uno de mis pintores predilectos, desde que era bien pequeña, es Salvador Dalí. Admiro su trazo, su técnica, su capacidad para plasmar los sueños sin aplicarles ningún tipo de filtro previo. Surrealismo puro y duro. Él.

Pero cuando alguien me habla con admiración de su pintura, siempre aprovecho para sugerirle uno de sus libros. Porque desde que leí “Diario de un genio” afirmo sin dudar que Dalí es mejor escritor que pintor –y ya es difícil…-.

La sinceridad y autenticidad que le valió la expulsión del grupo de los surrealistas por parte del mediocre Breton –permítanme que le tache con este calificativo, pero vista su actitud hacia la obra de Dalí no puedo dedicarle otro adjetivo mejor- se plasma en cada una de sus letras, ofreciéndonos diarios cargados de confidencias, anécdotas y pensamientos incapaces de dejar indiferente a ninguno de sus lectores.

Salvador Dalí era un genio y, como tal, vivió una vida incomprendida por muchos de sus contemporáneos, que llegaron a tacharle de loco o desequilibrado. Es lo que tiene ser diferente al rebaño. Quizá por eso era tan grande…

“La única diferencia entre un loco y yo es que yo no estoy loco”, comentaba con ese acento único. Y es que, a fin de cuentas, ¿qué es el surrealismo sino eso? ¿Qué es, sino Salvador Dalí?

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